Ahí estaba el agujero. Mirándome.
Eso era extraño, porque también me había
tragado. Yo todavía no lo había notado y seguía aferrándome a la ilusión de que
el agujero no me había consumido, que no había caído en cuerpo y alma en ese
lugar oscuro y a la vez atractivo. ¿O existía esa diferencia? ¿No había sido mi
vida hasta ese momento un devenir en búsqueda de la oscuridad atrayente?
Y ahí estaba el agujero. Tentándome.
De tanto desearlo, de tanto buscarlo, de
tanto perseguirlo, soñarlo y llorarlo, lo había encontrado. Nos habíamos
encontrado. El agujero perfecto, que de a poco comenzaba a hacerme su espejo, a
horadarme. Taladraba mi mente.
Un olor pungente llenaba el aire. No era
desagradable, no. Penetraba en mi nariz y buscaba ese punto, ese punto justo en
donde dejaba de ser un aroma y se convertía en una visión. En esa imagen, el
agujero se desnudaba ante mí y se entregaba a mis deseos, sin decirme que la
retribución era simétrica.
Pero ahí estaba el agujero. Encerrándome.
La negrura a mi alrededor ya era
completa. El único sonido era el de mis ojos, lanzándose de lado a lado
ansiosos por un destello de luz que, bien sabía yo, jamás llegaría. A ese lugar
no entraba nada. Sólo yo supe tener la llave, y me había olvidado de dónde
estaba.
La cerradura rechinaba; mi instrumento
poco lubricado forzaba su camino al pasado. Y el sufrimiento metálico se convertía
poco a poco en un ritmo, un sonido totémico, danzante, mezcla de todas las
músicas. O casi. Siempre había algo que faltaba.
Igual, ahí estaba el agujero.
Consumiéndome.
Mi piel se disecaba, lanzaba un último
suspiro antes de convertirse en papiro. La garganta seca, caliente, rasposa. El
humo ondulante hedía a dulce. Me entregaba imágenes, ese humo. Siluetas que
venían a compartir mi caída, et éreas, grises, zumbando como abejas en mi miel.
Aniquilar el deseo atravesando el camino
que lo exacerbaba. Suceder, transcurrir, en una ruta poco transitada por mí.
Esa era la invitación que me hacía.
Ahí estaba el agujero, agujereándome.
Hasta que fuimos uno.
Es interesante el trabajo. Claro y profundo. Límpido el estilo. Un cuento breve bueno. Elda Forcatto
ResponderEliminar¡Gracias por el comentario, Elda!
ResponderEliminar