Encontré mis alas hace algunos años.
La guerra había sido como todas:
devastadora. Despiadada. Destructora. Si alguien me hubiera dicho que alguna
vez iba a experimentar una trinchera, me habrrpro fin﷽﷽ me permiti. Sl sás de mnde mirara hab por ver a do.minar
humano.
eran
pasos cortos, pero a medida que avanzaba mis piía
reído. Pero las Moiras se complacen en contrariarnos, y así terminé enfangado
hasta las rodillas envuelto en batallas que ya no quería pelear, que ya estaban
perdidas.
Algo me explotó en la mano, sin que me
diera cuenta. Quizá fuera alguna granada que debía arrojar pero olvidé. Lo
cierto es que el shock me hizo perder el conocimiento.
No sé cuánto tiempo estuve desvanecido. A
veces se me antoja que fue sólo un segundo, un momento cuántico. Otras, que
deben haber sido meses. Cuando despertrpro
fin﷽﷽ me permiti. Sl sás de mnde mirara hab por ver a do.minar humano.
eran
pasos cortos, pero a medida que avanzaba mis pié, me incorporé
tambaleante. Sólo recuperar la verticalidad fue un triunfo. Intentar encontrar
el eje se complicaba, y la tozudez fue lo que me permitió erguirme por fin.
Estaba solo.
Tuve que aprender a caminar de nuevo. Un
pie delante del otro. Al principio eran pasos cortos, pero a medida que
avanzaba mis pisadas se hacían más firmes y seguras, hasta que ya pude moverme
en algo que remedaba un andar humano.
El haberme concentrado tanto en la
mecánica de los pasos me había hecho no prestar atención a dónde me conducían.
Cuando alcé la cabeza, me encontré en medio de un bosque tupido y silencioso.
Detrás de mí, la espesura se había cerrado. En todas las direcciones una pared
arbórea me impedía el paso.
Pero en el pequeño claro que formaba el
círculo verde que ahora me rodeaba, sobre una piedra, había un par de alas.
Me acerqué temeroso, con lentitud. No
podía creer mis ojos. Las alas eran de color rojo, vibrantes. Las toqué, y su
contacto me calmó. Las contemplé un segundo, embelesado. Luego las tomé y las
puse en mi espalda.
Con desearlo podía moverlas. Despacio al
principio, pero enseguida con más fuerza, comencé a aletear. Y mis pies se
separaron del suelo. Así me elevé, mirando hacia arriba, buscando escapar del
laberinto clorofílico que me atrapaba, hasta que vi las copas de los árboles
bajo mis pies.
El viento frío me refrescó la cara y
comencé a probar cómo desplazarme, cómo debía acomodar el cuerpo y mover las
alas para ir en la dirección que quería. Practiqué un rato largo, pero la
ansiedad por surcar el cielo me consumía y me lancé a volar con una libertad
que nunca había encontrado en la tierra.
Así recorrí kilómetros y kilómetros,
aprovechando las corrientes termales para subir y bajar. Dejé al bosque atrás: vi
praderas y lagos, mesetas y tundras, paisajes que se deslizaban raudos ante mis
ojos, como modelos en miniatura con altísimo detalle.
Volé sin hambre, sin sed, sin sueño. Volé
por años. Recorrí distancias que jamás hubiera podido surcar a pie. La
felicidad de ese conocimiento me hacía sentir pleno.
Y me puse soberbio. Quise ver cuán alto
podía llegar, cuan pequeñas podían verse las personas que quedaban debajo. Comencé
un ascenso casi vertical, rápido.
Subí y subí. Me acerqué tanto al Sol que
ocupaba todo mi campo visual. El calor era un apéndice que me envolvía, me
apresaba; las alas empezaron a chamuscarse. Cada vez me costaba más esfuerzo
agitarlas; cada vez tenía menos sustentación. La tozudez apareció de nuevo,
esta vez transformándome en polilla.
Segundos antes de convertirme en émulo de
Ícaro, sin embargo, encontré fuerzas para desistir y me arrojé en picada. Caí
en un lago; quizá eso me haya salvado. Emergí con el cuerpo roto otra vez, y las
alas ennegrecidas, deshilachadas. Quise llorar frente a la casi pérdida, pero
mi cara ya estaba húmeda y no le vi el sentido.
Entendí la oportunidad que el destino me
había dado. Me dediqumo. Pero tras
mucho esfuerzoe nuevo, temeroso de haberme olvidado el cmano.
eran
pasos cortos, pero a medida que avanzaba mis pié a
recuperarme y fortalecer mis alas. Tuve que aprender a volar de nuevo, temeroso.
Pero tras mucho esfuerzo, un día volví a sentir que mis pies se despegaban del
piso. Sonreí y volví a vivir.
Encontré mis alas hace ya unos años. Casi
las pierdo, pero quiero seguir volando. Ahora las cuido más, y vuelven a estar
lustrosas, aunque tengan un fino borde negro que las contornea. Estoy
impaciente por ver a dónde me llevan.