miércoles, 30 de octubre de 2013

Tres puños

Bajé la escalera que me conducía al sótano, en donde estaba ella. Hacía media hora que me esperaba en cuatro, expuesta, desnuda salvo por unas medias negras de seda y un portaligas.

De fondo, su respiración. Desde lejos se notaba su esfuerzo por controlarla, pero los nervios la delataban. El tiempo que había pasado ahí ya empezaba a afectarla. Bien.

A sus costados, rodeadas de elementos de castigo, se encontraban B. y p.

A una ya me la había cogido; la otra la seguirste.﷽﷽﷽﷽﷽﷽s. Como uesta a someterse a mis deseos mare dle  los nervios la delataban.
ía no mucho tiempo después. Conocí el culo de una de ellas; la otra todavía me lo debe. Ambas fueron cercanas a nosotros, pero hoy ya no.

k. estaba atada a un potro. Tenía los ojos vendados. Ese detalle era parte importante del mind fuck. Ella no podía saber quién estaba presente en esa, la ceremonia que la marcaría por siempre como una puta. No, como “una” puta no. Eso ya lo era de antes, con orgullo.

La marcaría como mi puta. Como la puta dispuesta a someterse a mis deseos más perversos.

Como éste.

Mirando, tragos diversos en mano, había poco más de veinte personas expectantes, prestas a disfrutar del espectáculo que iba a desarrollarse a continuación. Una pequeña multitud voyeur que observaba un ano.

El sótano en el que nos encontrábamos estaba apenas iluminado, a excepción de un foco de intensidad blanca que irradiaba sobre los generosos cuartos traseros de k.

Comencé a hablar.

“Buenas noches. Bienvenidos a esta noche especial, en la que intentaremos ver cuánto se puede abrir un culo. Tenemos una serie de elementos de diámetro creciente”. Señalé una mesita que había a un costado, en donde diversos objetos esperaban turno para conocer el interior de mi sumisa.

Continué: “El más pequeño tiene unos cinco centímetros de diámetro. El más grande…”

Dejé que mis palabras se perdieran en el aire mientras levantaba la mano derecha y la cerraba, mostrando mi puño a la audiencia. Sonreí de forma algo nicholsoniana.

Algunos rieron, otros se encresparon un poco ante la magnitud que, les parecía, tenía lo que iba a suceder. Nadie se paró y se fue. La audiencia de perversos venía calentando motores desde hacia rato.

Hice que p. le sostuviera las nalgas abiertas. Me di vuelta hacia B. y le ordené que comenzara a chuparle el culo. Era una linda inversión de lo habitual: B. no dejará que ninguna boca se acerque a su concha, pero le encanta sentir lenguas en su ano. k. se lo había comido en más de una ocasión, y me pareció apropiado que B. le devolviera el favor ayudándola a comenzar a aflojar el esfínter externo.

Me hice a un costado para que la audiencia pudiera disfrutar la vista, mientras hablaba acerca de la fisiología ano rectal. La información que salía de mi boca era correcta, pero irrelevante. Una pequeña presentación destinada más que nada a extender el tiempo antes de que k. comenzara a recibir elementos penetrativos. Cada segundo que pasaba, sabía yo, ella sufría (y por ende, disfrutaba) más.

Las tres tenían prohibido hablar. k. sólo tenía una palabra que podía decir, pero yo estaba seguro que no la diría. Querría demorar su uso lo más posible. Aunque ella creyera que no estaba lista para lo que iba a suceder, se entregaba a mi confianza de que sí lo estaba.

Me calcé  experiencia.relajándose, dntregndirecta, respirando, relajba a suceder, se entregaba a mi confianza de que stre sueño y sueño, guantes negros de látex, cortesía de una amiga médica. B. y p. también los tenían, y muy pocas cosas más encima además de piercings y tatuajes. Y un par de anteojos, claro.

Pronto la lengua de B. dio paso a dedos, que comenzaron a trabajar el primer esfínter. Ése es el fácil, el que se controla. El rebelde está unos centímetros más adentro, y su contracción es involuntaria. Sólo se puede manejar de forma indirecta, respirando, relajándose, dándose a la experiencia. Sometiéndose.

La situación no se trataba de hacer algo que no hubiéramos hecho antes. En privado ya nos habíamos entregado al placer de mi puño en su culo. Lo importante era la ceremonia, la simbología de su rendición. Hacía poco tiempo que había tomado a k., quien a pasos agigantados iba dejando atrás preconceptos y miedos en sus ansias de liberarse.

Con un toque de mi fusta hice que B. se apartara. Tomé el primer elemento, un plug de tamaño estándar, y lo sostuve en alto para que la audiencia lo viera. Era de vidrio, transparente, de unos cinco centímetros de diámetro.

El talento natural de k. comenzó a aflorar.

Es que ella es una profesional del culo. El control y la elasticidad que posee la convierten en una Maradona anal, haciendo jueguitos con una sencillez que a otra gente le resulta sobrenatural e imposible.

Así fui introduciendo elementos más y más amplios, abriendo de a poco ese espacio inicialmente estrecho. La rutina con cada uno era la misma: se lo mostraba a nuestro público, sin decir nada. k. recibía algo en su culo, más grande que lo anterior, pero sin saber qué.

Y al final, cuando nadie podía sorprenderse más de cómo devoraba cosas ese agujero, el primer puño entró en k. Dejé que ese honor lo tuviera B., que de todos modos ya también lo había hecho en privado. Mientras p. la abría como un libro, la chica que no besaba comenzó a fistear a k.

En el sótano sólo se escuchaban dos respiraciones: los jadeos de esfuerzo de B., y los gemidos de placer de k., hasta que estos ltimos dieron paso a gritosaciones: los jadeos de esfuerzo de B., y los gemidos de placer de k., hasta que estos últimos dieron paso a sus gritos
orgásmicos.

Uno.

Le di unos minutos de respiro, y luego hice que B. fuera reemplazada por p. Al principio ésta quiso ir despacio, pero k. estaba demasiado excitada y abierta como para sutilezas; antes de que pudiéramos darnos cuenta, una buena parte del antebrazo ya había entrado. Con movimientos de serrucho, p. se dispuso a hacerla acabar de nuevo.

Dos.

Hice que ambas ayudantes se pararan de nuevo a los costados. Me acerqué al oído de k. y le hablé.

“Sabés que viene ahora, ¿no?”. Movió la cabeza asintiendo. Estaba un poco transpirada, pero eso es de esperar cuando acabás de tener dos orgasmos demoledores.

“Pedímelo”.

“Su puño en mi culo, Amo”, dijo en voz baja.

“No te escucho”.

“Quiero su puño, por favor”, se esforzó por decir.

“Más fuerte, para que todos puedan oírte”, la azucé.

“Por favor, quiero su puño en mi culo, Amo”, gritó.

Me giré y le pregunté a la audiencia: “¿Les parece que se lo ganó?”.

Sin abrir la boca, todos asintieron con la cabeza.

Y allí fue mi puño.

Estar dentro de ella de esa forma es sublime. Siento cómo manejo su placer a mi antojo, como puedo hacerla acabar en un minuto.

En efecto, a los pocos segundos k. ya me estaba pidiendo permiso para acabar.

Decidí hacerla sufrir. La hice aguantarse algunos minutos. No muchos: mi brazo se cansa con los movimientos vigorosos que hago. Pero lo suficiente como para que creyera que quizá no la dejaría tener un orgasmo más.

Cuando liberó su clímax, los gritos resonaron en todo el sótano de forma muy satisfactoria.

Tres.

Ya afuera de ella, agradecí a nuestros invitados e invitadas su asistencia, y los hice subir mientras k. se recuperaba y las otras dos limpiaban y guardaban los implementos.

Una vez que todo estuvo guardado, me quedé sólo con k.

La desaté, la ayudé a incorporarse. La besé en la boca. “Estoy orgulloso”, le murmuré al oído. Ella sonrió y le saqué la venda. La dejé para que se vistiera y le dije que se reuniera conmigo cuando estuviera lista.

k. subió y fue recibida por un mar de rostros sonrientes. No toda esa gente había estado abajo; no toda esa gente sabía lo que había sucedido. Pero para ella, todas y cada una de las personas la habían estado observando; habían sido partícipes, de una forma u otra, de su placer.

Se sonrojó ligeramente, y saludó a cada uno con deferencia. Alguien le puso una copa de vino tinto en la mano, y ella se apuró a brindar.


Esa noche volvimos a casa caminando de la mano y sonrientes.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Luna de piel

Conforme uno avanzaba por su espalda, una luna se asomaba donde la curva del culo (amplio, carnoso) tocaba su cénit y comenzaba a descender.

Según cómo me ubicara, el satélite de sus nalgas se presentaba lleno o en cuarto creciente; en muy pocas ocasiones lo había observado menguante. Cuando esto había sucedido era por culpa de la lluvia; y a veces era yo el causante de ese derrame hídrico.

La Selene cárnica tenía, siempre caminando desde la nuca, una breve constelación de estrellas; pequeños puntos, no blancos, si no de un color chocolatado. Una Vía Láctea en negativo que guiaba el camino hasta la blancura anhelada.

Cuando la vi por primera vez, me imaginé miembro del Club de Armas de Baltimore, lanzado al espacio en una bala gigante, con el objetivo de orbitar el cuerpo celeste que era encarnación de mis deseos profundos.

Me dispuse a conquistarla, convertirme en el primer hombre en pisar su suelo compacto. Ser el Armstrong que dejaría una huella que ningún viento podría borrar, porque no habría vientos.


Y tras mucho trabajo, de acercamientos en paralelo y cálculos matemáticos, un día la Luna se alzó frente a mis ojos. Frente a mi cara, mi boca. La recorrí y confirmé mis sospechas: su sabor no era a queso, si no a limón. A limón, y a mujer.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Superhéroes eran los de antes

Carlos Quent, alias Supermán, se acomodó el traje azul que supo ser reluciente y comprobó que la “S” roja no estaba bien cosida. El extremo superior izquierdo se había soltado y al volar le molestaba porque le golpeaba el pecho. No era que volara demasiado por estos días, con el tema de reuma, pero igual. Había que cuidar la imagen.

Suspiró resignado, tomó un poco de Lord Cheseline y se hizo una perfecta raya al costado. Al mirarse al espejo comprobó que el peluquero le había vendido tintura berreta, y que entre su negrísimo cabello se podían distinguir algunos hilos grisáceos. Sonrió con sonrisa de superhéroe y notó que la nicotina le había manchado los, antes, blanquísimos dientes. Era evidente que lo de la crema blanqueadora era un curro. Ya no se podía confiar en nadie.

Con ánimo cansino, salió del baño y caminó hacia el comedor, donde se encontraba Luisa Lein leyendo Cosmopolitan, con la televisión de fondo. Intentaba escabullirse cuando ella le chistó. Se dio vuelta y se enfrentó con la mirada reprobadora de la mujer:

-¡Mirá que facha que tenés! ¿Se puede saber a dónde vas a estas horas, eh?

Confundido, el Hombre de Acero replicó:

-¿Cómo que adónde voy? Tengo que combatir el Mal. ¿O de qué te pensás que vivo?

-¿De qué vivís? ¡De mí, cretino! Mirenlón al señor, qué caradura, dice que vive de la lucha contra el crimen. Vivimos gracias a mi trabajo de secretaria, querido, que como héroe no ganas un mango, vos.

Supermán se veía más pequeño dentro de su traje al contestar:

-Pero es que no puedo dejar de hacer mi ronda nocturna, sino me echan del sindicato...

-¡Sindicato las pelotas! Son cuatro gatos locos que se juntan para jugar al truco por plata y chupar ginebra. ¡Borracho! Además, ya te dije, no me gusta que te juntes con Batman que anda siempre con capucha y no muestra la cara, quién sabe porqué. Encima, con ese pibe punga al lado todo el tiempo. ¡Y ni me hagas hablar de la trola esa! ¡Que yo no me olvido!

Las lágrimas amenazaban con escaparse de sus ojos cuando Carlos replicó:

-No digas esas cosas de los muchachos ¡Son buenos tipos! Lo que pasa es que el Bien anda de capa caída hoy por hoy. ¿Hasta cuando me vas a reprochar lo de Diana?

Ella le clavó unos ojos fulminantes hasta que él bajó la vista.

-Lo que yo no entiendo es cómo podés seguir pensando en combatir a los malhechores. Esa es una ideología retrógrada, obsoleta. Estamos en el siglo veintiuno. Si por lo menos cuando agarrás a un delincuente lo apretaras un poquito para que largara un mango, como hace Puniyer, todavía. ¿Sabés la guita que le podras haber sacado al pelado Luis? y el diferencial estndi.iuno.ías haber sacado al pelado Luis? Pero no, vos sos un superhéroe abnegado, bueno, y pobre como una rata.

Supermán intentó ponerle dignidad a su voz temblorosa:

-Ya sabés que yo nunca la fui con esa onda del coimeo. Tengo mis principios. Además, Franco no me gusta. Es musculoso, pero muy violento. Y drogadicto. ¡No sabés la líneas que se peina! La mitad de las veces que agarra a algún narco se queda todo él…

-Bueno, Puniyer no, está bien. Pero el Toni, ese sí que es un caballero. A sus chicas las trata como reinas, vive en un country y toma champán francés con caviar todos los días. En cambio yo, mirame: me caso con el Hombre de Acero, que me trae a vivir a este lugar de mierda, y encima es un impotente que no me atiende hace más de un año y medio.

-Pero ya sabés lo que dijo el doctor: es un problema de bloqueo mental inconsciente causado por la kriptonita. ¡Yo no tengo nada que ver!

Ahora era Luisa la que trataba de contener las lágrimas.

-¡Qué bloqueo mental ni bloqueo mental! ¡Seguro que de nuevo tenés otra!

Al ver este espectáculo, Supermán se acercó y la abrazó, desarmado.

-No, Luisita, no. Vos sabés que sos la única. Te prometo que esta noche vuelvo temprano y lo intentamos de nuevo, ¿sí? Pero ahora tengo que irme, se me va a escapar el bondi y el diferencial está carísimo.

Supermán, alias Carlos Quent, le dio un beso en la frente a su mujer y abrió la puerta. Bajó los tres pisos de escaleras y salió del edificio. Miró hacia los costados y se fijó que no hubiera nadie.


Con un movimiento más rápido que una bala extrajo una petaca de ginebra Bols y le dio un traguito. Chasqueó los labios y la guardó. Comprobó que los naipes españoles y los porotos estuvieran en su bolsillo y se perdió rumbo a la parada del 218, silbando “Cambalache” por lo bajo.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Notas para antes de dormir III

Un día A. estaba enferma. Nada grave, alguna gripe. Acostada en el sillón, tapada con la colcha que trajo a nuestra casa, se durmió. Una vez más, como tantas otras, la miré soñar. Y algo dentro mío necesitTe amo con la desesperación del que ó acercarse un poco y susurrarle:

“Te amo todo lo que puedo amar a una persona. Te amo como nunca pensé que iba a amar a alguien. Te amo con la fuerza que sólo le es posible a un cínico al que le mostraron que se equivocaba. Te amo como puede amar quien creía en cuentos e historias y descubrió que la vida real es mejor. Te amo con la desesperación del que sabe que un día va a morir, y que ese día todo termina.

Te amo como pez ama al agua, lombriz  a la tierra, pájaro al aire, demonio al fuego. Te amo con cada poro, cada pelo, cada diente. Con cada mano, cada ojo, cada sonrisa.

Te amo como si tuviera seis, quince, cuarenta años a la vez.

Te amo con el sol de mil veranos.

Te amo como un sediento de festejo desea una botella de vino tinto mediterráneo.

Te amo con la alegría de saber que vos me amás también.

Y con todo eso que te amo, con toda mi alegría, con todas esas botellas llenas de vino tinto, con todo el sol, con todos esos años, con todas las partes de mi cuerpo, con todos los elementos entremezclados, con toda mi desesperación, con todo el realismo, con toda la fuerza anti cínica, con todo ese pensamiento de amor, tengo aún más amor para dar. Mucho más. Pero sólo puedo darlo gracias a vos.

Amémonos. Amemos, juntos”.


Acostada en nuestro sillón, A. no se movió. Sólo una ligera sonrisa asomó, y ahí se quedó. Respiró profundo y siguió durmiendo.