lunes, 11 de febrero de 2013

La gata cazada


Tengo una gata viviendo en mi casa, aunque no me había dado cuenta hasta ayer.

La gata suele venir cuando quiere. Pero a veces, si le hablo muy muy bajito, aparece a mi orden.

Como el gato de Cheshire, lo primero que veo son sus ojos. Verdes, miel, profundos, inmensos. Ojos de predador que se somete por propia voluntad, la única forma de someterse.

Después escucho sus maullidos, llamándome. Y sus ronroneos, que me erizan la piel.

La acaricio mientas se pasea entre mis piernas, la espalda arqueada, la cola erguida, impregnándome con su olor. Me dice que puede que ella sea mía, pero que yo también le pertenezco. Se para en dos patas y me lame la frente, desde el entrecejo hacia arriba, y mi pulso se acelera.

Es mágica, sin duda. Libera al león cuando me visita. Y nos mordemos y jugamos, y le mastico el cuello mientras la cojo de atrás, para que no se escape.

Me voy a casar con esta gata. Ya le compré comida balanceada y piedritas. Y juntos tendremos un cubil poblado de felinos, retozando por el piso y libres, como sólo los gatos sabemos ser.

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