Tengo una gata viviendo en mi casa, aunque no me había dado
cuenta hasta ayer.
La gata suele venir cuando quiere. Pero a veces, si le hablo
muy muy bajito, aparece a mi orden.
Como el gato de Cheshire, lo primero que veo son sus ojos.
Verdes, miel, profundos, inmensos. Ojos de predador que se somete por propia
voluntad, la única forma de someterse.
Después escucho sus maullidos, llamándome. Y sus ronroneos, que me erizan la piel.
La acaricio mientas se pasea entre mis piernas, la espalda
arqueada, la cola erguida, impregnándome con su olor. Me dice que puede que ella
sea mía, pero que yo también le pertenezco. Se para en dos patas y me lame la
frente, desde el entrecejo hacia arriba, y mi pulso se acelera.
Es mágica, sin duda. Libera al león cuando me visita. Y nos
mordemos y jugamos, y le mastico el cuello mientras la cojo de atrás, para
que no se escape.
Me voy a casar con esta gata. Ya le compré comida balanceada
y piedritas. Y juntos tendremos un cubil poblado de felinos, retozando por el
piso y libres, como sólo los gatos sabemos ser.
No hay comentarios:
Publicar un comentario