miércoles, 28 de mayo de 2014

La carne viva

Me sacaron la piel y me siento en carne viva.

Me desollaron, me pelaron, me ultimaron sin matarme. Cómo esta masa sangrante se mueve es una incógnita hasta para mí. Esqueleto de harapos rojos soy. Un guante dado vuelta que expone al aire sus venas pulsantes.

La carne viva me impide descansar, me duele al respirar, me hace llorar. Una torsión mínima es la agonía más exquisita, el dolor más perdurable, miles de pinchazos que en su individualidad no serían mucho pero que hacen un conjunto insoportable.

Exudo un liquido ambarino, transparente, con alguna gota carmesí de vez en cuando, como para darle color y romper la uniformidad. Miel rojiza de mi panal interminable, sin abejas pero zumbante.

Todo mi cuerpo es una cicatriz expuesta. No huelo, no veo, no escucho, no saboreo: el tacto es lo único que me queda, y el sentido que le gana en fuerza a todos lo demás. Así, voy tropezando, queriendo encontrar un camino, esquivando cada superficie dura, cada arista que pueda rozar mi tegumento impresionable, con éxito variable.

Cuando sí puedo dormir, agotado de sensación, sueño con que vuelvo a tener esa piel. Galopo en un viento que me acaricia con finos dedos invernales. Soy feliz de nuevo, entero, contenido. Hay cuero una vez más.


Me dicen que me vende; que no me exponga a los elementos. Pero me niego: si quiero aprender, si quiero crecer, tendré que sobrellevar esta desnudez tan íntima frente al Universo hostil. Sólo así, dejando huellas rojas tras de mí, sin parar de correr y mutar, aprovechando que los confines de mi ser han sido eliminados por una mano amada, un día tendré mi piel nueva.

miércoles, 21 de mayo de 2014

El Rey hambriento (Mitos I)

Eresictón, rey de Tesalia, hijo de conquistadores, despreciaba a los Dioses. Se negaba a ofrecerles sus debidos sacrificios. A tanto llegaba su desdén que en una ocasión, para construir un techo para su sala de banquetes, quiso derribar un árbol antiquísimo y enorme que estaba consagrado a Deméter, diosa de la agricultura.

Para detener al sacr y al hambre.nganzanfurecique estaba talando el ltos que eran en partes iguales cuentos de aventuras, fílego, la diosa tomó la forma de su sacerdotisa principal, Nícipe, e intentó convencer al hombre de desistir de su propósito, usando palabras amables. Eresictón no sólo no le hizo caso, si no que la amenazó con la misma hacha con la que estaba talando el árbol.

Deméter entonces enfureció y decidió castigar a quien estaba violando su espacio sagrado. Se deshizo de su forma corporal y, refulgente, invocó a la venganza y al hambre. Gracias al poder de Némesis, Limos se introdujo en lo profundo del cuerpo de Eresictón y allí anidó.

Cuando hubo talado el árbol, el rey se sentó a comer. Su apetito era enorme, leonino, algo que él adjudicó al esfuerzo que acababa de realizar. En un principio, masticaba y tragaba despacio. Pero después de unas cuantas porciones, y viendo que su hambre no disminuía, ya era a dos manos que se llenaba la boca y la velocidad con la que deglutía era apenas menor que con la que manoteaba los alimentos. M a vender a su hija Meranmundicias, el hombre comenzotra, hasta quedar en la ruina. tos de aventuras, fás comía, más hambre tenía.

Terminado el banquete, Eresictón estaba más famélico que al comienzo. Así fue que comenzaron a transcurrir sus días, y su vida se convirtió en una tortura: no había manjar o elixir que lo llenase. No importaba la calidad, ni lo elaborada o sencilla que fuera la comida: las fauces del hombre se habían convertido en un agujero insaciable que devoraba todo lo que se le ponía enfrente, mientras su cuerpo seguía adelgazando.

Para mantener su apetito prodigioso, Eresictón se vio obligado a liquidar sus posesiones, una tras otra: un pedazo de reino aquí, un objeto de arte allá, hasta quedar en la ruina. Reducido a la miseria y a comer inmundicias, decidió vender a su hija Mestra como esclava. Ella escapaba una y otra vez de ese destino gracias a la facultad de metamorfosis que Poseidón le había concedido, sólo para volver a manos de un padre que no dudaba en negociarla de nuevo, hasta que con un supremo esfuerzo se decidió a abandonarlo.


Quedó solo, mas el hambre de quien supo ser rey no se calmaba. El agujero adentro pedía más y más. Un día, desesperado, Eresictón comenzó a morderse un brazo, desgarrando su propia carne. Continuó luego con sus manos, sus pies, sus piernas; arrancó, tragó, volvió a aferrarse a sí mismo con sus dientes, tirando. Y no paró hasta comerse a sí mismo.

miércoles, 14 de mayo de 2014

Nombres

Nos nombran y nos marcan. Y es algo muy premeditado; durante meses, quizás, madres y padres buscan cual será la nomenclatura que nos aplicarán. Ese hecho, la elección de un nombre, puede llevar a peleas extremas: darle a alguien el patronímico de una persona ya existente se juzga como un halago, aún antes de saber si el retoño hará honor o no a la dudosa distinción. En contrapartida, favorecer a una rama familiar por sobre la otra puede desencadenar rencillas que avergonzarían las peleas interclanes de los Highlands.

Nos nombran y nos ponen un género. No hay hombres llamados “Isolda”. No hay mujeres llamadas “Tristán”. La pregunta sería por qué. ¿Qué hace que un nombre sea “de varón” o “de mujer”? Ese constructo social es la primer etiqueta que nos asignan, y de allí la fuerza que cobra el poder autonombrarse. Quienes lo asignan sienten amor, pero ya nos están coartando la libertad.

Un nombre, entonces, es violencia y querencia al mismo tiempo, en un mismo cuerpo. Cargar esa contradicción es a veces insostenible.

Entonces puede ser que busquemos renombrarnos. Cambiar el cartelito con el que nos presentamos al mundo. Este acto es liberador. Quitarse una marcación que nos fue asignada a la fuerza y elegir la que queramos, la que sintamos que nos describe y comprende.

Ponerse el nombre propio abre puertas y clausura oscuridades. La nueva nomenclatura de necesario tendrá más consonancia con quien seamos que la que nos recibió al nacer, decidida antes del momento en el que dejamos el calor líquido del vientre maternal.

Muchas culturas tienen nombres sucesivos: nombres que usa la familia, nombres formales, nombres a partir de la mayoría de edad, nombres que la persona en cuestión elige por sí misma.

No deja de resultarme extraño que en este mundo de capitalismo individualista en el que nos venden que somos todos únicos, debamos cargar desde el nacimiento hasta la muerte con un mote que quizá no nos defina, o no lo haga por completo.¿Será que lo que nos quieren imponer es el individualismo pero no la individuación?


Yo sigo buscando mi nombre, el más verdadero. Algún día, lo encontraré. Ese día seré libre, aunque más no sea por un rato.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Fracasar (Verbos IV)

Fracasar. Fallar. No estar a la altura. No poner lo suficiente. Mucha metáfora que tiene que ver con alguna clase de distancia, y el hecho de que uno no llegue. Como si con un poco más de esfuerzo pudiéramos. Lo único que importaría es la voluntad.

Pero fracasar puede ser algo no placentero de experimentar pero cuya ganancia neta termina siendo positiva, también. Aprender siempre es bueno, lo que lo convertiría al fracaso en quizá la única actividad/consecuencia humana que no tiene lados negativos.

Así, convertimos el fracaso en un triunfo.


Fracasar es perder es ganar es aprender.