miércoles, 10 de septiembre de 2014

La mentirosa (Mitos II)

Príamo de Troya tuvo mucha descendencia, de variadas mujeres. La más famosa provino de Hécuba: el valiente Héctor; el desafortunado Paris; y la maldita Casandra, entre otros.

Casandra era sacerdotisa de Apolo y, como tal, había jurado mantenerse casta. Fue él mismo quien quiso forzarla romper su juramento, cuando se prendó de ella e intentó seducirla. De poco sirvieron las palabras melosas del dios dorado: Casandra no quería entregarse ni siquiera a él. Pero el gemelo de Diana no es conocido por cansarse fácil cuando se trata de conquistas, y terminó encontrando el punto débil de la mujer; le prometió que, si accedía a sus deseos, daría a Casandra el don de la profecía.

La mujer accedió pero puso una condición más, temerosa de la naturaleza inconstante de Febo y de que después de consumado su deseo éste quisiera deshacer su promesa; exigió que el don le fuera dado antes de su entrega. La pasión apolínea forzó su asentimiento y, con un toque, Casandra vio frente a ella el camino del futuro.

Indignada, comprobó cómo sus suposiciones sobre el amor de Apolo eran ciertas, y antes que verse abandonada, decidió renegar ella de su palabra, y mantener alejado al Arquero. Frente a eso, el dios la maldijo con un castigo cruel: escupiendo en su boca la condenó a ver el futuro, sí, pero sin que nadie creyera sus predicciones.

Pronto Casandra saboreó los frutos amargos de la maldición. Pronto comprobó la profundidad de la venganza divina. Pronto su nombre comenzó a ser asociado con la mentira y la locura: cada profecía que salía de sus labios era tomada con sorna o desprecio aún por quienes serían más afectados.

La mujer, ya no sacedortisa de un dios al que despreciaba, fue la primera en reconocer en Alexandro, también conocido como Paris, a su hermano, cuando éste fue traído a la corte con el ropaje de un simple pastor; auguró que el rapto de Helena causaría la ruina de su amada Troya; y previno a sus compatriotas sobre el enorme caballo de madera que los griegos habían dejado en las puertas de la ciudad como ofrenda a Poseidón.

Sus palabras cayeron siempre en oídos burlones, tal y como el vengativo dios sabía que sucedería. Para aumentar aún más la desdicha de la mujer, cuando Troya finalmente sucumbió al ingenio griego Casandra fue violada por Ájax el Menor en pleno templo de Atenea mientras buscaba refugio.

Ultrajada, abandonada, sin patria, la hija de Príamo se convirtió en amante de Agamenón, jefe de los griegos, cuando le tocó como parte de los despojos de la guerra. De esa relación nacieron dos hijos, Teledamos y Pelops; y quizá Casandra habría encontrado un módico de alegría en ellos.

Mas la venganza de Apolo no había sido consumada del todo: los dioses gustan de dar para después quitar. Porque si negarse a los avances de un Olímpico es peligroso, más aún es prometerle las mieles del deseo y luego faltar a ese juramento.

Porque ocurrió que durante al prolongada ausencia de Agamenón su esposa Clitemnestra, furiosa con el Atreida, había tomado a su mayor enemigo, Egisto, como amante. Ambos planearon la venganza contra el rey y a su regreso lo atrajeron a un baño caliente en donde Clitemnestra lo mató, para luego asesinar también a los hijos que había tenído con Casandra y también a ésta.


Pero como si hubiera querido compensar la furia salvaje que su hijo había desplegado contra una simple mortal, a su muerte Zeus la juzgó digna, por su dedicación a los dioses y su fe religiosa, de ser transportada a los Campos Elíseos, la tierra inmortal donde residió por toda la Eternidad, ya sin el peso de saber el futuro. Que si algo hemos aprendido los simples mortales es que los Dioses castigan en vida y premian tras la muerte.

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