miércoles, 30 de abril de 2014

Atrapado en la tormenta del momento

Atrapado en la tormenta del momento, dejé que las aguas me alejaran del Mare Tranquilitatis con rumbo desesperanzado, con la gracia volátil de una polilla atraída por la luminiscencia mortal.

Había llegado a la Luna como me es habitual: sin darme cuenta. Caminaba con pasos de cámara lenta que me hacían rebotar alto, tan alto que por momentos pensaba que iba a alcanzar la velocidad de fuga e iba a ser despedido del satélite con rumbo al vientre de un cosmos tan inefable como ineludible.

No podía perderme: lo único que debía hacer era recorrer mis pasos al revés. Cada uno de ellos estaba marcado con nitidez escabrosa, pornográfica. Sin importar cuánto tiempo pasara, allí seguiría; no había viento en la espalda de Selene que pudiera erradicar mis huellas.

Sentía la ingravidez en mi oído interno, un mareo a flor de piel que no me dejaba estar erguido por completo. El horizonte era una línea oblicua ante mis ojos. Me sentía un marinero caminando por cubierta en medio de una tormenta mientras Ahab perseguía implacablemente a su ballena. Detenerme era imposible, aún más que enderezarme. La verticalidad era Utopía.

La mecanicidad de mi respirar se me había hecho natural. Cada inhalación era un sonido grave; cada exhalación uno agudo. En medio de ambos, tirantez pectoral; nunca pude acostumbrarme. La tensión de saber que mis respiraciones tenían una cuenta regresiva me impedía relajarme. En ese lugar, aflojar quizá fuera morir.

Escalé las paredes del cráter en el que había caído. Con trabajo intenso, pisada firme a pisada firme, me fui alzando por su pared interna. El tiempo que tardé me permitió pensar, y vaya si se piensa cuando no hay ningún otro sonido que el de las propias ideas.

Veé﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽aredes del cráter en lverla con toda su magnificiencia: all; estaba semiacuclillado, con una mano apoyada en el piso lía la línea plateada que recortaba el cuerpo de mi destino, un azulblanco que me llamaba con la promesa de la fertilidad, más aún en contraste con la hermosa muerte que me rodeaba. Intuía que mi labor daría resultados. Pero la seguridad era utópica. Todo era apuesta. Hasta llegar, no sabría. Hasta saber, no habría llegado.

Di un último impulso con ambas piernas. Emergí del agujero gigante y caí con los dos pies al mismo tiempo, firmes, plantados uno junto al otro; estaba semiacuclillado, con una mano apoyada en el piso lunar para mejorar mi equilibrio. Me mantuve así unos segundos, mirando esa otra marca nueva que también perduraría en esa superficie: una estrella de cinco dedos que nadie borraría.

Me enderecé despacio, muy despacio. Y pude verla con toda su magnificencia: allí estaba la Tierra. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario