En la fábula de la cigarra y la hormiga siempre tomé partido
por la cigarra.
Desde el vamos me pareció odiosa la hormiga, y su moraleja obvia.
Entiendo que la idea de las fábulas es darle valores a los niños, que sin estos simpáticos cuentos de bichos antropomorfizados no
podrían desarrollar su conciencia ética y, quizá, terminarían siendo más
animales que la zorra, el cuervo, el ratón de campo o el león.
Aunque a lo mejor sería preferible que los purretes no
aprendieran nada de una fábula como esta, en la que un altisonante sabelotodo
prefiere tener razón y dejar morir a alguien de hambre que ser compasivo y
entender las miserias del que tiene enfrente.
¿Que qué cuento me gustaría leer? Uno en donde la cigarra no se
caga muriendo sólo por ser diferente a la hormiga. O uno en el que la cigarra
acepta morir como debe morir, como es su naturaleza morir, y en el que no tiene
deseos de ser hormiga. En donde acepta que su vida es corta, y se dispone a
vivirla con alegría.
Quiz
á, mejor aún: justo después de que la hormiga le dice a la
cigarra, santurronamente y con voz de señora bien (así sonó siempre en mi
cabeza), que debería haberse preparado para el invierno, aparece un chico con
una pibe y quema al carajo a la hormiga. Mientras, la cigarra se ríe a más no
poder.
Cuando el himenóptero no es más que un pequeñísimo carbón,
la cigarra y toda su familia de holgazanes cantarines se meten en la casa de la
hormiga y se la ocupan, por pelotuda. Y por no haber entendido que podés juntar
toda la comida para el invierno que quieras, pero en cualquier momento la
muerte puede aparecer en tu cielo y chau. Metete las provisiones para el clima
frío en el culo.
Mejor cantá, que aunque tu canción quede trunca por la
muerte, igual es la mejor forma de desafiarla.
impecable
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