La parálisis ataca cuando menos lo
espero.
En ocasiones comienza en mis pies. Si no
fuera porque no siento nada, podría decir que un cosquilleo me toma desde las
plantas y comienza a subir. Trepa y trepa, por las pantorrillas, la tibia, el
peroné, la rodilla. Se siente como si un líquido espeso y tibio se estuviera
derramando en c ámara
invertida.
Muchas veces se detiene después de llegar
a los glúteos, de forma que sólo me impide caminar. Mi tronco puede moverse,
aunque no desplazarse. Con trabajo, puedo arrastrarme. Los movimientos se
tornan espásticos, arrítmicos y formales. A veces me encuentro saludando de una
forma vagamente oriental, inclinando la única parte de mi cuerpo que todavía
controlo.
Expresarse en medio de la parálisis
cuesta. Todos los hilos de la conversación pareciera fluyen desde o hasta ella.
Como río taoísta, el tema es siempre el mismo aunque las aguas de las palabras
sean diferentes.
Pero la parálisis que más temo es la
completa. Congelamiento del tronco inferior y superior al mismo tiempo. Petrificación
de pies y manos, rodillas y codos, cuello, mandíbula, ojos.
Desafortunadamente, como una enfermedad
que avanza tomando cada trinchera que el cuerpo abandona, la cantidad de
episodios de parálisis total versus los de parcial va en aumento. Lo que antes
era esporádico ahora es episódico. Lo que antes duraba poco ahora se estira. Lo
que antes era fácil de combatir ahora es un Vietnam privado, con la Ofensiva del
Tet incluida.
Me estoy dejando ganar.
La parálisis me abraza cuando más la
ansío.
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