miércoles, 10 de abril de 2013

La presa


“¡No te escapes! Ven a mí,
desnúdate y enfrenta mis dientes.
Yo soy el rey, el León,
ven a saber lo que se siente.“

La Renga

Levantó la cabeza y olisqueó el aire.

Algo estaba por pasar.

Si hubiera tenido rabo lo habría movido. Si hubiera tenido alas, habría salido volando. El instinto le indicaba que había peligro cerca, rondando. La fiera se escondía pero se revelaba de a momentos. Ahora, por ejemplo.

Cada vez que salía tenía miedo de ser alcanzada. Vivía (lo sabía) rodeada de sombras informes que la acechaban; por el costado del ojo a veces creía percibirlas, mas al darse vuelta sólo había motas de polvo flotando en una columna de aire iluminado.

Vio su reflejo. Hipnotizada, narciseó un rato. Es probable que pensara en lo bien que se veían sus cuartos traseros. Vaya que estaba lista para ser atrapada y consumida. La cuestión era que todavía no se había dado cuenta.

No. Se había dado cuenta. La cuestión era que todavía no quería aceptarlo. No aceptaba sus ganas de rendirse, de ser capturada.

Todos sus rituales, todas sus danzas, tenían como objetivo hacer salir a la luz al cazador oculto. Porque una vez, sólo una, ella lo había visto observarla. Había sido casi sin querer. Cazador y presa compartieron agua, en una tregua forzada que, sabrían después ambos, no había sido sin consecuencias.

Pero eso era en el pasado. Ahora miró por debajo de una mesa mientras la fiera se deleitaba con otra víctima.

Lo miró en voz baja, queda.

Intentaba controlarse, porque sentía que en cualquier momento haría un ruido que alertaría a quien observaba. Se regodeó en el gusto de examinar impunemente a aquel que suele mirar en vez de ser mirado. Sus ojos, que no eran verdes ni eran color miel sino una mezcla de ambos, estaban clavados en los movimientos del cazador.

El brazo de él subía y bajaba, azotando. Cada golpe era seguido de una exhalación por parte de la receptora. Cada golpe le quitaba un poco la respiración a la que observaba.

Desde donde se había acomodado sólo podía ver los dos tercios inferiores del cuerpo del otro. No era suficiente. Ella quería, necesitaba, ver su perfil, su melena, el recorrido completo de sus manos.

Casi sin darse cuenta fue inclinándose hacia delante. Milímetro a milímetro. Cada avance era un interminable Verdún. Su torso se extendía más y más.

Perdió el equilibrio y tuvo que apoyar las manos para no caer de cara al piso de madera. El desbalance la hizo dejar de mirar sólo un segundo.

Levantó la vista de nuevo, sólo para toparse con la sonrisa caníbal de él. Tembló.

Sus ojos se cruzaron. En un instante, coaguló su destino.

Aceptó entregarse; aceptó bailar por última vez; aceptó convertirse en comida. Y aprendió a disfrutarlo, a entregarse a la vergüenza liberadora de ser débil, que requiere toda la fuerza del mundo.

Esa noche, se amigó con su destino de presa.

Y la fiera la devoró.

2 comentarios:

  1. Me gustó mucho el epígrafe elegido, esa canción siempre me pareció de un gran contenido sexual. Va a la perfección con el -muy buen- texto.
    ¡Saludos!

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    1. Es loco como algunos textos andan dando vueltas por el éter y se completan cuando aparece un fragmento de algo, como una solución que parece transparente pero precipita con solo agregarle un cristalito.

      De este texto lo primero que tuve fue el título y las primeras líneas; comencé a escribirlo hasta llegar a un parate. Alguien me hizo escuchar la canción de La Renga y me pasó ese verso... y el resto se escribió solo.

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