lunes, 21 de enero de 2013

El gato con bolas


Había una vez un gato.

Esto no es nada del otro mundo. Y el gato tampoco tenía nada de extraordinario, salvo un detalle, que en realidad era destacable por el triste estado de nuestra modernidad.

El susodicho no se parecía ni al de Cheshire ni al de Blofeld. Era más bien común de apariencia. De color gris perla, pelo corto, tamaño medio y mañas largas.

Este gato era el dueño de la Señorita. P., una chica mentolada que a veces gustaba de tenderse sobre las rodillas de algún señor mayor y ser educada siguiendo la disciplina inglesa.

Quizá por tal educación fue que la Señorita P. decidió permitir que este felino del montón se destacara. Y es que, según me comentó alguna noche, su gato todavía tenía puestas las bolas. “Es una cuestión ideológica”, dijo sonriendo, mientras miraba mis rodillas con intenciones aviesas.

Pero para prevenir que este texto se convierta en un divague indulgente (si es que ya no es demasiado tarde), iré al punto que lo motiva. Debo antes remarcar que habrá dos clases de personas en lo que respecta a este opúsculo: las que entiendan porqué es importante que un gato conserve su saco escrotal y las que profesen amarlo pero igual se lo quiten. Éste es, además, el meollo de tanto palabrerío.

Los dos campos epistemológicos son irreconciliables. No importa cuanto se hable, cuanto se diserte o discuta, un bando nunca entenderá al otro.

El impulso castrador gatúbelo es anatema para féminas comprensivas y másculos solidarios. En la ribera opuesta se hallan aquellas hembras que, al no tener idea (comprensiblemente) del afecto que la mayoría de los XY le tenemos a esos objetos que una malhadada Naturaleza ha decidido poner en el medio de todo peligro a pesar de su sacralidad, deciden livianamente condenar gatos a una vida de pereza y sobrealimentación.

Pero el peor componente de ese grupo humano son los hombres que, ignorando todo impulso protector trans-especie para con los de su género, deciden quitar su tesoro a los felinos indefensos.

¡Qué insolidaridad! ¡Qué poca empatía! Por una comodidad mayor para ellos, con frivolidad retiran de circulación los esféricos, sin siquiera intentar ponerse en el lugar de aquellos a los que están privando eternamente del placer de volver a rascarse los huevos, cosa de la que ellos indudablemente disfrutan non-stop por ya no tener que preocuparse de las escapadas eróticas de sus mutilados compañeros de cuarto.

Un subgrupo ranfañoso, abominable, repulsivo, censurable y atroz. Dúctil en genuflexiones autocomplacientes, raquítico en empatía, desbordante de gandulería.

¡Damn you to Hell, oh traidores! ¡Ojalá volváis a renacer en un planeta en donde los simios os usen como esclavos, pero que antes os castren para obtener mayor docilidad de vuestra parte!

Entonemos entonces cantos a Bast para que ejecute esa justa venganza mientras recordamos al gato con bolas, un espécimen en extinción en un mundo de gente con cada vez menos coraje.

3 comentarios:

  1. no miento si digo que muchas veces dudé en si era necesario seguir a la masa de madres castradoras. Ser o no ser parte del grueso de poderosas dominas (llenas de amor, no lo dudo). Sin embaro algo me dijo que esencialmente (y, por suerte, electivamente) no podré jamás ser parte de ellas y sí de los incomprendidos que aman a sabiendas que la partida de tu amado puede ser inminente, ¡por otras caricias además! Pero nada más lindo que saberse dueña en libertad del amor de un gato con bolas.

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  2. Estimado, quizás por todas las anécdotas que circulen en torno a ese ser mítico al que otros empeñen en considerar mi madre, únome a la lucha solidaria contra la castración felinesca. No hay excusa: si llora, abrile la puerta. Si el gato vuelve todo roto, bien habrá tenido lo bailado (que tan roto habrá vuelto más de uno de nosotros y nunca nos hemos quejado!). Y si no te gustan esas cosas o no querés la proliferación indiscriminada de crías, no tengas mascota! Nadie te obliga a ser su carcelero!
    Y sino, después no se sorprenda uno que, en venganza, en medio de un garche, te quieran arañar los huevos...

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  3. Loas a todas las mujeres que no quieren cortarle las bolas a sus felinos!

    Y Park... acerca de tu último párrafo, leete "Atrapado" ;-)

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