miércoles, 9 de julio de 2014

Mirar (Verbos II)

“Yo vendo unos ojos negros.
¿Quién me los quiere comprar?”.

La mirada es el sentido esencial. La vinculación de la vista con la experiencia humana se corrobora fácil de varias formas, aunque aquí propondré sólo una: ningún otro órgano sensorial ha sido tan mentado como los ojos. Coplas, rimas, poesías, libros completos se han dedicado a esos esferoides fascinantes.

Los ojos no sólo miran: los ojos se iluminan, hablan, sienten, lloran, anhelan, violan, comen, suspiran, ríen, matan. Será porque el globo ocular tiene humor, aunque no cuente chistes. Son la puerta del alma, dizque puedan estar vacíos.

Un vistazo al pasar objetifica a otro, o le comunica nuestros sentimientos.

Mirar es también ser mirado. Es modificar lo que miramos por el solo acto de posar nuestra vista ahí, leve en su toque como una mariposaMiro y soy mirado. Miro, luego existo. Miro para desearcto de posar nuestra vista ahpiran.
, pero pesada de intencionalidad. Observo y soy observado. Atisbo, luego existo. Contemplo para desear y para rechazar.

Mirar es de mis actividades favoritas.

Paradójico es, entonces, que desde pequeño yo haya tenido problemas de visión. Ya a los seis años me encajaron un par de anteojos que constituirían una barrera con la que luché décadas. Para mi orgullo, puedo decir que nunca dejé de hacer nada por tener un marco de carey frente a mi cara, unos cristales siempre listos a ser rotos por pelotazos o en la adrenalina de una carrera al voltear para ver si tenía a alguien cerca.

Pero mentiría al decir que tener que usarlos no me afectó. Despertarse para ver un mundo borroso es una forma muy particular de comenzar el día. Y no es solo (o de forma necesaria) desventajoso. A veces no me ponía las gafas o las lentes de contacto hasta bien comenzado el día, después de haber desayunado; unas horas de nebulosidad antes de tener que enfrentar el hecho múndico.

Eso sí: ni bien pude, recurrí a la ciencia para corregir mis problemas de visión. O, por lo menos, aquellos que podían ser reparados mediante láser. Que también hay temas de percepción que no tienen tanto que ver con el órgano correspondiente y sí con la máquina de carne que los procesa.

Quizá esa relación particular con la vista me llevó a otra: no solo me gusta mirar. Me excita. Nada hay más estimulador para mi entrepierna que alguna imagen. Mi deseo está muy atado a mis ojos, lo que sólo hace más fuerte las ocasiones en las que voluntariamente prescindo de ellos.

Una consecuencia de esto es que también me gusta espiar, romper la lógica conectiva que describí hace unas palabras. Espiar no es sin culpa, pero esa culpa solo aumenta el placer. Mirar, sin ser mirado. Mirar como un hecho prohibido, con toda la atracción que eso conlleva.


Mirar es desear es singularizar es experimentar.

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