“Yo vendo unos ojos negros.
¿Quién me los quiere comprar?”.
La mirada es el sentido esencial. La vinculación de la vista con la experiencia humana se corrobora fácil
de varias formas, aunque aquí propondré sólo una: ningún otro órgano sensorial
ha sido tan mentado como los ojos. Coplas, rimas, poesías, libros completos se
han dedicado a esos esferoides fascinantes.
Los ojos no sólo miran: los ojos se
iluminan, hablan, sienten, lloran, anhelan, violan, comen, suspiran, ríen,
matan. Será porque el globo ocular tiene humor, aunque no cuente chistes. Son
la puerta del alma, dizque puedan estar vacíos.
Un vistazo al pasar objetifica a otro, o
le comunica nuestros sentimientos.
Mirar es también ser mirado. Es modificar
lo que miramos por el solo acto de posar nuestra vista ahí, leve en su toque
como una mariposa
, pero pesada de intencionalidad. Observo
y soy observado. Atisbo, luego existo. Contemplo para desear y para rechazar.
Mirar es de mis actividades favoritas.
Paradójico es, entonces, que desde
pequeño yo haya tenido problemas de visión. Ya a los seis años me encajaron un
par de anteojos que constituirían una barrera con la que luché décadas. Para mi
orgullo, puedo decir que nunca dejé de hacer nada por tener un marco de carey
frente a mi cara, unos cristales siempre listos a ser rotos por pelotazos o en
la adrenalina de una carrera al voltear para ver si tenía a alguien cerca.
Pero mentiría al decir que tener que
usarlos no me afectó. Despertarse para ver un mundo borroso es una forma muy
particular de comenzar el día. Y no es solo (o de forma necesaria)
desventajoso. A veces no me ponía las gafas o las lentes de contacto hasta bien
comenzado el día, después de haber desayunado; unas horas de nebulosidad antes
de tener que enfrentar el hecho múndico.
Eso sí: ni bien pude, recurrí a la
ciencia para corregir mis problemas de visión. O, por lo menos, aquellos que
podían ser reparados mediante láser. Que también hay temas de percepción que no
tienen tanto que ver con el órgano correspondiente y sí con la máquina de carne
que los procesa.
Quizá esa relación particular con la
vista me llevó a otra: no solo me gusta mirar. Me excita. Nada hay más
estimulador para mi entrepierna que alguna imagen. Mi deseo está muy atado a
mis ojos, lo que sólo hace más fuerte las ocasiones en las que voluntariamente
prescindo de ellos.
Una consecuencia de esto es que también
me gusta espiar, romper la lógica conectiva que describí hace unas palabras.
Espiar no es sin culpa, pero esa culpa solo aumenta el placer. Mirar, sin ser
mirado. Mirar como un hecho prohibido, con toda la atracción que eso conlleva.
Mirar es desear es singularizar es
experimentar.
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