miércoles, 28 de mayo de 2014

La carne viva

Me sacaron la piel y me siento en carne viva.

Me desollaron, me pelaron, me ultimaron sin matarme. Cómo esta masa sangrante se mueve es una incógnita hasta para mí. Esqueleto de harapos rojos soy. Un guante dado vuelta que expone al aire sus venas pulsantes.

La carne viva me impide descansar, me duele al respirar, me hace llorar. Una torsión mínima es la agonía más exquisita, el dolor más perdurable, miles de pinchazos que en su individualidad no serían mucho pero que hacen un conjunto insoportable.

Exudo un liquido ambarino, transparente, con alguna gota carmesí de vez en cuando, como para darle color y romper la uniformidad. Miel rojiza de mi panal interminable, sin abejas pero zumbante.

Todo mi cuerpo es una cicatriz expuesta. No huelo, no veo, no escucho, no saboreo: el tacto es lo único que me queda, y el sentido que le gana en fuerza a todos lo demás. Así, voy tropezando, queriendo encontrar un camino, esquivando cada superficie dura, cada arista que pueda rozar mi tegumento impresionable, con éxito variable.

Cuando sí puedo dormir, agotado de sensación, sueño con que vuelvo a tener esa piel. Galopo en un viento que me acaricia con finos dedos invernales. Soy feliz de nuevo, entero, contenido. Hay cuero una vez más.


Me dicen que me vende; que no me exponga a los elementos. Pero me niego: si quiero aprender, si quiero crecer, tendré que sobrellevar esta desnudez tan íntima frente al Universo hostil. Sólo así, dejando huellas rojas tras de mí, sin parar de correr y mutar, aprovechando que los confines de mi ser han sido eliminados por una mano amada, un día tendré mi piel nueva.

No hay comentarios:

Publicar un comentario