miércoles, 21 de mayo de 2014

El Rey hambriento (Mitos I)

Eresictón, rey de Tesalia, hijo de conquistadores, despreciaba a los Dioses. Se negaba a ofrecerles sus debidos sacrificios. A tanto llegaba su desdén que en una ocasión, para construir un techo para su sala de banquetes, quiso derribar un árbol antiquísimo y enorme que estaba consagrado a Deméter, diosa de la agricultura.

Para detener al sacr y al hambre.nganzanfurecique estaba talando el ltos que eran en partes iguales cuentos de aventuras, fílego, la diosa tomó la forma de su sacerdotisa principal, Nícipe, e intentó convencer al hombre de desistir de su propósito, usando palabras amables. Eresictón no sólo no le hizo caso, si no que la amenazó con la misma hacha con la que estaba talando el árbol.

Deméter entonces enfureció y decidió castigar a quien estaba violando su espacio sagrado. Se deshizo de su forma corporal y, refulgente, invocó a la venganza y al hambre. Gracias al poder de Némesis, Limos se introdujo en lo profundo del cuerpo de Eresictón y allí anidó.

Cuando hubo talado el árbol, el rey se sentó a comer. Su apetito era enorme, leonino, algo que él adjudicó al esfuerzo que acababa de realizar. En un principio, masticaba y tragaba despacio. Pero después de unas cuantas porciones, y viendo que su hambre no disminuía, ya era a dos manos que se llenaba la boca y la velocidad con la que deglutía era apenas menor que con la que manoteaba los alimentos. M a vender a su hija Meranmundicias, el hombre comenzotra, hasta quedar en la ruina. tos de aventuras, fás comía, más hambre tenía.

Terminado el banquete, Eresictón estaba más famélico que al comienzo. Así fue que comenzaron a transcurrir sus días, y su vida se convirtió en una tortura: no había manjar o elixir que lo llenase. No importaba la calidad, ni lo elaborada o sencilla que fuera la comida: las fauces del hombre se habían convertido en un agujero insaciable que devoraba todo lo que se le ponía enfrente, mientras su cuerpo seguía adelgazando.

Para mantener su apetito prodigioso, Eresictón se vio obligado a liquidar sus posesiones, una tras otra: un pedazo de reino aquí, un objeto de arte allá, hasta quedar en la ruina. Reducido a la miseria y a comer inmundicias, decidió vender a su hija Mestra como esclava. Ella escapaba una y otra vez de ese destino gracias a la facultad de metamorfosis que Poseidón le había concedido, sólo para volver a manos de un padre que no dudaba en negociarla de nuevo, hasta que con un supremo esfuerzo se decidió a abandonarlo.


Quedó solo, mas el hambre de quien supo ser rey no se calmaba. El agujero adentro pedía más y más. Un día, desesperado, Eresictón comenzó a morderse un brazo, desgarrando su propia carne. Continuó luego con sus manos, sus pies, sus piernas; arrancó, tragó, volvió a aferrarse a sí mismo con sus dientes, tirando. Y no paró hasta comerse a sí mismo.

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