Hay algo que mucha gente (hombres en
particular, pero no son los únicos) me pregunta: “¿Estuviste con una
pelirroja?”. Mucha-mucha, ¿eh?
Lo que este cuestionamiento me produce
tiene varios niveles de desazón, pero comenzaré por el principio. A ver, voy a
decirlo con toda la delicadeza posible: la question me saca.
También voy a decirlo sin ninguna
sutileza: esa pregunta es una pelotudez. Te colgaría de la argolla o de las
bolas, o de lo que sea que tengas entre las piernas y aprecies, por preguntar
tamaña imbecilidad.
Saquemos la obviedad del eufemismo
“estuviste” cuando en realidad el interrogante debería ser “te garchaste” a una
pelirroja, porque eso es lo que se mueren por saber. También dejemos de lado el
hecho de que asuman que si me garcho a alguien con características fenotípicas
parecidas a las mías, debería ser una mujer.
Lo que más loco me pone es la fascinación
que estos ejemplares tienen con saber si mis colorados genitales han visitado
otros que hagan juego. Es como si pensaran que la cópula de dos pelirrojos es
algo digno de ser observado, como cuando garchan dos pandas. Quizá piensen que
en el momento del orgasmo nos fundiremos en un solo ser, un mega-ginger que
tira rayos por los ojos mientras se cobra venganza contra los no-pelirrojos por
años de haber sido tratado diferente.
Pero peor que esa pregunta es el
comentario increíble que me hacían a continuación cuando respondía que no,
nunca había tenido la experiencia.
(Un segundo aparte. Hablo en pasado
porque sí, me garché a una pelirroja. Y estuvo genial. Pero no tanto por el
color de sus vellos púbicos, que no tenía, si no porque no lo hice solo: A.
también estaba presente, y participando con mucho entusiasmo. No fue nuestro
primer trío, ni tampoco el último, pero si uno de los más memorables so far).
Volviendo al inconcebiblemente básico
comentario que me hacían: frente a mi negativa, el interlocutor se apresuraba a
agregar, con una risita: “¡Pero deberías hacerlo! ¿No sabés que los pelirrojos
son una raza en extinción?”.
Imaginen mi cabeza, colorada y todo,
volviéndose más roja. Como en un dibujito animado, mi cara se transforma en una
pava hirviendo de la que sale vapor de agua con un pitido mientras refreno las
ganas de hacer la gallina decapitada de Curly Howard.
As í sentía
yo mi reacción. Porque, primero, los pelirrojos no somos una "raza".
Segundo, porque las razas humanas no existen: son un concepto creado por algún
inglés blanco de clase alta para justificar que porque él tenía un rifle y un nativo
de color negroide u oscurón no, él era superior.
Tercero: los pelirrojos no estamos en
extinción. Ese mito infame ha sido diseminado a los cuatro vientos por no sé
quién con no sé qué propósito, que sólo puede ser nefario. O por un pelirrojo
que se quería garchar a algún otro miembro de nuestra seudoespecie y le vendió
que era necesario “salvar la raza” para vencer resistencias.
No nos podemos extinguir. Teóricamente
sería factible hacer alguna clase de eugenesia de las personas con el fenotipo
colorado. Pero casi imposible sería asegurarse que los genes que nos hacen
pelirrojos desaparezcan del gene pool de la Humanidad. Por ahí pueden
reprimirnos unas generaciones, pero tarde o temprano apareceremos de nuevo.
Así que, lector o lectora que sientes
interés en el porvenir amoroso de la GCPMR (Gente Con Capacidad Melanínica Reducida),
puedes descansar con tranquilidad: sí, de vez en cuanto los colorados nos
puerteamos entre colorados sin que el Universo implote y, además, nos cogemos a
bastantes de ustedes y les entramos tan hondo que no podrán extinguirnos.
Evah.
Red Power!
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