miércoles, 12 de junio de 2013

La conversación

Estábamos a pocos metros de distancia, y separados por millones.

Podía ver su perfil a contraluz. Sus rasgos aparecían y desparecían entre las sombras. A veces se parecía a ella misma; a veces su rostro era una máscara grotesca, un impulso deformado hecho carne.

La garganta se le había ido secando. Cada vez más áspera y ronca, su voz terminó transformándose en un croar agudo. Me era imposible creer que en otras ocasiones esa voz me hubiera cautivado, embelesado, transportado con su timbre.

De a poco dejó de hablar. Se quedó sentada sin decir nada por un tiempo de esos que no terminan. Si no hubiera estado prestando mucha atención, no habría podido decir si todavía respiraba. Me acerqué. Mi mano se resistió pero a la fuerza la oligué a apoyarse sobre su rodilla. Mi toque pretendió ser liviano.

Por un instante sentí su piel, arenosa y seca. Después, se desmoronó ante mi ojos. Primero cayó la rodilla que yo tocaba, y eso formó dos corrientes alúdicas que se dispararon, una hacia los pies y la otra hacia el muslo y la parte superior del cuerpo. Desmenuzándoseme entre los dedos, vi una semisonrisa en su cara, segundos antes de que se disolviera en una lluvia fina de partículas cayendo al suelo.


Se había convertido en una estatua de sal.

1 comentario:

  1. Pensè que serìa de nieve. Menos al que se desgranò, porque tanta sal hace muy mal a la salud y le quita el verdadero sabor a las cosas.Para clmo, inmòvil. ¡ZAFASTE!!!!! ¡Què bueno!

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