Correr. Ir tan rápido que para un
observador nuestro cuerpo se convierta en una mancha informe, un efecto
borroneado de fotografía mal tomada.
Correr para avergonzar al viento por su
lentitud, a las estrellas por su pereza, al agua que cae por su resistencia a
la gravedad.
Correr bailando, con las notas de las
canciones vitales atrapadas en nuestros oídos, las voces resonando desde el
vientre, la risa convertida en canto.
Correr para liberarse del pasado,
alejarse de la muerte, acercarse a la vida que deseamos.
Correr hasta que duelan los músculos y
ese dolor se convierta en placer, y el placer en éxtasis.
Correr y que nada nos detenga; que las barreras
se sientan inmateriales, sin impedirnos el paso porque la fuerza de cada pisada
es como el impacto de una bomba elástica.
Correr dando la vuelta al mundo, nuestro
mundo, para terminar en un lugar diferente pero igual al que comenzamos,
llegando desde otro lado.
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