miércoles, 16 de octubre de 2013

Superhéroes eran los de antes

Carlos Quent, alias Supermán, se acomodó el traje azul que supo ser reluciente y comprobó que la “S” roja no estaba bien cosida. El extremo superior izquierdo se había soltado y al volar le molestaba porque le golpeaba el pecho. No era que volara demasiado por estos días, con el tema de reuma, pero igual. Había que cuidar la imagen.

Suspiró resignado, tomó un poco de Lord Cheseline y se hizo una perfecta raya al costado. Al mirarse al espejo comprobó que el peluquero le había vendido tintura berreta, y que entre su negrísimo cabello se podían distinguir algunos hilos grisáceos. Sonrió con sonrisa de superhéroe y notó que la nicotina le había manchado los, antes, blanquísimos dientes. Era evidente que lo de la crema blanqueadora era un curro. Ya no se podía confiar en nadie.

Con ánimo cansino, salió del baño y caminó hacia el comedor, donde se encontraba Luisa Lein leyendo Cosmopolitan, con la televisión de fondo. Intentaba escabullirse cuando ella le chistó. Se dio vuelta y se enfrentó con la mirada reprobadora de la mujer:

-¡Mirá que facha que tenés! ¿Se puede saber a dónde vas a estas horas, eh?

Confundido, el Hombre de Acero replicó:

-¿Cómo que adónde voy? Tengo que combatir el Mal. ¿O de qué te pensás que vivo?

-¿De qué vivís? ¡De mí, cretino! Mirenlón al señor, qué caradura, dice que vive de la lucha contra el crimen. Vivimos gracias a mi trabajo de secretaria, querido, que como héroe no ganas un mango, vos.

Supermán se veía más pequeño dentro de su traje al contestar:

-Pero es que no puedo dejar de hacer mi ronda nocturna, sino me echan del sindicato...

-¡Sindicato las pelotas! Son cuatro gatos locos que se juntan para jugar al truco por plata y chupar ginebra. ¡Borracho! Además, ya te dije, no me gusta que te juntes con Batman que anda siempre con capucha y no muestra la cara, quién sabe porqué. Encima, con ese pibe punga al lado todo el tiempo. ¡Y ni me hagas hablar de la trola esa! ¡Que yo no me olvido!

Las lágrimas amenazaban con escaparse de sus ojos cuando Carlos replicó:

-No digas esas cosas de los muchachos ¡Son buenos tipos! Lo que pasa es que el Bien anda de capa caída hoy por hoy. ¿Hasta cuando me vas a reprochar lo de Diana?

Ella le clavó unos ojos fulminantes hasta que él bajó la vista.

-Lo que yo no entiendo es cómo podés seguir pensando en combatir a los malhechores. Esa es una ideología retrógrada, obsoleta. Estamos en el siglo veintiuno. Si por lo menos cuando agarrás a un delincuente lo apretaras un poquito para que largara un mango, como hace Puniyer, todavía. ¿Sabés la guita que le podras haber sacado al pelado Luis? y el diferencial estndi.iuno.ías haber sacado al pelado Luis? Pero no, vos sos un superhéroe abnegado, bueno, y pobre como una rata.

Supermán intentó ponerle dignidad a su voz temblorosa:

-Ya sabés que yo nunca la fui con esa onda del coimeo. Tengo mis principios. Además, Franco no me gusta. Es musculoso, pero muy violento. Y drogadicto. ¡No sabés la líneas que se peina! La mitad de las veces que agarra a algún narco se queda todo él…

-Bueno, Puniyer no, está bien. Pero el Toni, ese sí que es un caballero. A sus chicas las trata como reinas, vive en un country y toma champán francés con caviar todos los días. En cambio yo, mirame: me caso con el Hombre de Acero, que me trae a vivir a este lugar de mierda, y encima es un impotente que no me atiende hace más de un año y medio.

-Pero ya sabés lo que dijo el doctor: es un problema de bloqueo mental inconsciente causado por la kriptonita. ¡Yo no tengo nada que ver!

Ahora era Luisa la que trataba de contener las lágrimas.

-¡Qué bloqueo mental ni bloqueo mental! ¡Seguro que de nuevo tenés otra!

Al ver este espectáculo, Supermán se acercó y la abrazó, desarmado.

-No, Luisita, no. Vos sabés que sos la única. Te prometo que esta noche vuelvo temprano y lo intentamos de nuevo, ¿sí? Pero ahora tengo que irme, se me va a escapar el bondi y el diferencial está carísimo.

Supermán, alias Carlos Quent, le dio un beso en la frente a su mujer y abrió la puerta. Bajó los tres pisos de escaleras y salió del edificio. Miró hacia los costados y se fijó que no hubiera nadie.


Con un movimiento más rápido que una bala extrajo una petaca de ginebra Bols y le dio un traguito. Chasqueó los labios y la guardó. Comprobó que los naipes españoles y los porotos estuvieran en su bolsillo y se perdió rumbo a la parada del 218, silbando “Cambalache” por lo bajo.

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