Carlos Quent, alias Supermán, se acomodó
el traje azul que supo ser reluciente y comprobó que la “S” roja no estaba bien
cosida. El extremo superior izquierdo se había soltado y al volar le molestaba
porque le golpeaba el pecho. No era que volara demasiado por estos días, con el
tema de reuma, pero igual. Había que cuidar la imagen.
Suspiró resignado, tomó un poco de Lord
Cheseline y se hizo una perfecta raya al costado. Al mirarse al espejo comprobó
que el peluquero le había vendido tintura berreta, y que entre su negrísimo
cabello se podían distinguir algunos hilos grisáceos. Sonrió con sonrisa de
superhéroe y notó que la nicotina le había manchado los, antes, blanquísimos
dientes. Era evidente que lo de la crema blanqueadora era un curro. Ya no se
podía confiar en nadie.
Con ánimo cansino, salió del baño y
caminó hacia el comedor, donde se encontraba Luisa Lein leyendo Cosmopolitan,
con la televisión de fondo. Intentaba escabullirse cuando ella le chistó. Se
dio vuelta y se enfrentó con la mirada reprobadora de la mujer:
-¡Mirá que facha que tenés! ¿Se puede
saber a dónde vas a estas horas, eh?
Confundido, el Hombre de Acero replicó:
-¿Cómo que adónde voy? Tengo que combatir
el Mal. ¿O de qué te pensás que vivo?
-¿De qué vivís? ¡De mí, cretino! Mirenlón
al señor, qué caradura, dice que vive de la lucha contra el crimen. Vivimos
gracias a mi trabajo de secretaria, querido, que como héroe no ganas un mango,
vos.
Supermán se veía más pequeño dentro de su
traje al contestar:
-Pero es que no puedo dejar de hacer mi
ronda nocturna, sino me echan del sindicato...
-¡Sindicato las pelotas! Son cuatro gatos
locos que se juntan para jugar al truco por plata y chupar ginebra. ¡Borracho!
Además, ya te dije, no me gusta que te juntes con Batman que anda siempre con
capucha y no muestra la cara, quién sabe porqué. Encima, con ese pibe punga al
lado todo el tiempo. ¡Y ni me hagas hablar de la trola esa! ¡Que yo no me
olvido!
Las lágrimas amenazaban con escaparse de
sus ojos cuando Carlos replicó:
-No digas esas cosas de los muchachos ¡Son
buenos tipos! Lo que pasa es que el Bien anda de capa caída hoy por hoy. ¿Hasta
cuando me vas a reprochar lo de Diana?
Ella le clavó unos ojos fulminantes hasta
que él bajó la vista.
-Lo que yo no entiendo es cómo podés
seguir pensando en combatir a los malhechores. Esa es una ideología retrógrada,
obsoleta. Estamos en el siglo veintiuno. Si por lo menos cuando agarrás a un
delincuente lo apretaras un poquito para que largara un mango, como hace Puniyer,
todavía. ¿Sabés la guita que le podr ías haber
sacado al pelado Luis? Pero no, vos sos un superhéroe abnegado, bueno, y pobre
como una rata.
Supermán intentó ponerle dignidad a su
voz temblorosa:
-Ya sabés que yo nunca la fui con esa
onda del coimeo. Tengo mis principios. Además, Franco no me gusta. Es
musculoso, pero muy violento. Y drogadicto. ¡No sabés la líneas que se peina!
La mitad de las veces que agarra a algún narco se queda todo él…
-Bueno, Puniyer no, está bien. Pero el
Toni, ese sí que es un caballero. A sus chicas las trata como reinas, vive en un
country y toma champán francés con caviar todos los días. En cambio yo, mirame:
me caso con el Hombre de Acero, que me trae a vivir a este lugar de mierda, y
encima es un impotente que no me atiende hace más de un año y medio.
-Pero ya sabés lo que dijo el doctor: es
un problema de bloqueo mental inconsciente causado por la kriptonita. ¡Yo no
tengo nada que ver!
Ahora era Luisa la que trataba de
contener las lágrimas.
-¡Qué bloqueo mental ni bloqueo mental!
¡Seguro que de nuevo tenés otra!
Al ver este espectáculo, Supermán se acercó
y la abrazó, desarmado.
-No, Luisita, no. Vos sabés que sos la única.
Te prometo que esta noche vuelvo temprano y lo intentamos de nuevo, ¿sí? Pero
ahora tengo que irme, se me va a escapar el bondi y el diferencial está
carísimo.
Supermán, alias Carlos Quent, le dio un
beso en la frente a su mujer y abrió la puerta. Bajó los tres pisos de
escaleras y salió del edificio. Miró hacia los costados y se fijó que no
hubiera nadie.
Con un movimiento más rápido que una bala
extrajo una petaca de ginebra Bols y le dio un traguito. Chasqueó los labios y
la guardó. Comprobó que los naipes españoles y los porotos estuvieran en su
bolsillo y se perdió rumbo a la parada del 218, silbando “Cambalache” por lo
bajo.
Excelente jaja :D
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