Soy un tipo complicado para dormir. Sufro
de diversas maladies que me
dificultan el descanso. Tengo apnea, que me impide dormir boca arriba. Si paso
la noche boca abajo, al día siguiente tengo tortícolis. Entonces, sólo duermo
de costado, alternando de lado a lo largo de la noche. Además, me acostumbré a
usar una almohada entre las piernas para no apoyar una rodilla sobre otra. Por
esta razón en nuestra cama hay tres almohadas.
Quedó claro, ¿no?: soy un tipo complicado
para dormir.
Si a eso le sumamos una tendencia al
insomnio, se entenderá porqué A. suele dormirse antes que yo, con esa facilidad
extraordinaria que tiene. Mucho antes, la mayoría de las veces. No es raro que
ella se vaya a la cama y se duerma sola, a pesar de todo lo que nos gusta entregarnos
al sueño juntos.
Por otro lado, a mí me encanta acostarme
y que ella esté ahí, dormida. La cama ya está caliente y eso se agradece mucho
en invierno. Me gusta mirarle la cara en la semioscuridad. Escucharla respirar.
Imaginar qué sueña, si lo hace conmigo.
Cuando me acuesto intento hacer el menor
ruido posible, y alterarla lo mínimo indispensable, porque yo detesto que me
hagan eso. La ruptura de un trabajosamente ganado sueño me saca de las
casillas.
Pero a veces A. se duerme abrazando la
tercer almohada. Bueno, no abrazándola del todo, pero con el brazo izquierdo
sobre ésta, en una posición que me hace imposible no despertarla cuando la
recupero. Me he vuelto loco tratando de extraerla de debajo suyo milímetro a trabajoso
milímetro. Mas no importa el cuidado que ponga, siempre la despierto.
Una noche, después de una sesión de
series seguida de abundante ingesta de un tintillo gentil, A. se quiso ir a
dormir a una hora no tan tardía. Como yo me iba a quedar viendo televisión (la
época en la que trasnochaba leyendo se ha perdido en el pasado), la acompañé y
la ayudé a arroparse.
Mientras se acomodaba bajo frazadas y
colcha, tomó la almohada rodillera y la colocó como
ya he descrito. Sin pensarlo, le dije que no hiciera eso porque cuando volviera
a acostarme iba a despertarla.
Me sonrió tímida, como no animándose a decir algo.
Detecté un brillito pícaro en sus ojos. Ladeé mi cabeza, preguntándole en
silencio. El rubor en su cara seguramente no era debido sólo al fruto de Baco.
Me dijo, en voz muy baja:
“Agarro la almohada para que me
despiertes cuando te acostás, así sé que viniste a la cama”. Y se tapó el
rostro con la colcha.
No pude más que mostrarle una sonrisa tan
grande que no me entraba en la boca. Así, le di un beso de buenos sueños y salí
del cuarto.
Desde esa noche, cuando me acuesto y ella
ya está dormida, le saco la almohada con cuidado, pero sin culpa.
bellísimo
ResponderEliminar¡Gracias María! Siempre me sonrojo un poco leyendo tus comentarios halagüeños :-)
ResponderEliminarHu, me encanto!
ResponderEliminarCasi lagrimeo.
ResponderEliminarPoesía.