miércoles, 14 de agosto de 2013

Notas para antes de dormir II

Soy un tipo complicado para dormir. Sufro de diversas maladies que me dificultan el descanso. Tengo apnea, que me impide dormir boca arriba. Si paso la noche boca abajo, al día siguiente tengo tortícolis. Entonces, sólo duermo de costado, alternando de lado a lo largo de la noche. Además, me acostumbré a usar una almohada entre las piernas para no apoyar una rodilla sobre otra. Por esta razón en nuestra cama hay tres almohadas.

Quedó claro, ¿no?: soy un tipo complicado para dormir.

Si a eso le sumamos una tendencia al insomnio, se entenderá porqué A. suele dormirse antes que yo, con esa facilidad extraordinaria que tiene. Mucho antes, la mayoría de las veces. No es raro que ella se vaya a la cama y se duerma sola, a pesar de todo lo que nos gusta entregarnos al sueño juntos.

Por otro lado, a mí me encanta acostarme y que ella esté ahí, dormida. La cama ya está caliente y eso se agradece mucho en invierno. Me gusta mirarle la cara en la semioscuridad. Escucharla respirar. Imaginar qué sueña, si lo hace conmigo.

Cuando me acuesto intento hacer el menor ruido posible, y alterarla lo mínimo indispensable, porque yo detesto que me hagan eso. La ruptura de un trabajosamente ganado sueño me saca de las casillas.

Pero a veces A. se duerme abrazando la tercer almohada. Bueno, no abrazándola del todo, pero con el brazo izquierdo sobre ésta, en una posición que me hace imposible no despertarla cuando la recupero. Me he vuelto loco tratando de extraerla de debajo suyo milímetro a trabajoso milímetro. Mas no importa el cuidado que ponga, siempre la despierto.

Una noche, después de una sesión de series seguida de abundante ingesta de un tintillo gentil, A. se quiso ir a dormir a una hora no tan tardía. Como yo me iba a quedar viendo televisión (la época en la que trasnochaba leyendo se ha perdido en el pasado), la acompañé y la ayudé a arroparse.

Mientras se acomodaba bajo frazadas y colcha, tomó la almohada rodillera y la colocó como ya he descrito. Sin pensarlo, le dije que no hiciera eso porque cuando volviera a acostarme iba a despertarla.

Me sonrió tímida, como no animándose a decir algo. Detecté un brillito pícaro en sus ojos. Ladeé mi cabeza, preguntándole en silencio. El rubor en su cara seguramente no era debido sólo al fruto de Baco.

Me dijo, en voz muy baja:

“Agarro la almohada para que me despiertes cuando te acostás, así sé que viniste a la cama”. Y se tapó el rostro con la colcha.

No pude más que mostrarle una sonrisa tan grande que no me entraba en la boca. Así, le di un beso de buenos sueños y salí del cuarto.


Desde esa noche, cuando me acuesto y ella ya está dormida, le saco la almohada con cuidado, pero sin culpa.

4 comentarios: