La mujer esperaba.
No era que tuviera el don de la
paciencia. O, más bien: no era que su don para la paciencia, que ten ía en cantidades apreciables, estuviera relacionado con el hecho
de que ella esperara.
Su esperar era algo absolutamente
desconectado del estoicismo. Era un hecho en sí mismo, auto contenido: la
espera como disciplina olímpica. La espera como acto activo, decisorio,
volitivo.
La mujer esperaba. Sentada o de pie. Con
lluvia o con sol. De día y de noche.
¿Y qué esperaba? ¿Qué explicaba su
inexpugnable decisión de pasar el tiempo presente con los ojos fijos en el
futuro?
Ah, eso se preguntaba la gente que pasaba
por donde ella estuviera. Fuera la plaza, la esquina, el mercado, una cola en
el banco o frente a un ascensor, cada persona que la veía tenía una lectura
propia de qué estaba esperando la mujer. Porque lo que nadie dudaba era que esa
niña, joven, adulta, anciana, algo esperaba ahí. Quedaba claro para cualquiera
que la viera.
Había quien pensaba que era una nena expectante,
aguardando la vuelta de un padre que había ido a comprarle una manzana
acaramelada, llena de pochoclo, que la pequeña devoraría con una sonrisa en la
que faltaban dientes. Había otros que creían que estaba simplemente tomando sol
en un banco, aprovechando los primeros calores de la primavera. No faltaba
quien creyera que era una adolescente instantes antes de su primer beso, o
pocos segundos después, con el corazón agitado y las mejillas sonrojadas. O una
señora buscando a un nieto del colegio, lista para llevarlo a su casa y darle
un almuerzo con sopa caliente.
Las reacciones también eran diversas:
algunas se apiadaban de ella. Algunos reían, haciéndole comentarios a amigos en
voz baja. Pocos, casi nadie, llegaban a ver la mezcla de tristeza y esperanza
que nunca se iba del todo de los ojos de la mujer.
Esta mujer esperaba, y así la niña se
convirtió en joven, la joven se convirtió en madre, la madre se convirtió en
señora, la señora se convirtió en abuela, la abuela se convirtió en vieja.
Ella esperaba. Quizá ni siquiera supiera
bien qué o a quién. Inmóvil, todo a su alrededor trascurría como en una
filmación de lapso de tiempo. Un ojo observador podría haber notado los ligeros
cambios en su cuerpo; como había ido creciendo en altura, llenándose de curvas,
su piel lozana finalmente arrugándose, su cabello negro cada vez más matizado
de blancos pero sin nunca perder del todo su cualidad azabache.
Un mujer que esperaba. Y en su último
día, así la encontró la muerte. Era una muerte amable, sin pretensiones, “muerte”
con minúscula. Le sonrió, tomó delicadamente la mano de la niñajoven mujervieja,
y la liberó de su eterna pausa.
Por un lado, me gustó el título porque me capturó con su vaivén semántico: "la mujer que esperaba", ese "esperaba" bien podría referirse a la mujer o a un "yo" elidido. Me resultó interesante eso.
ResponderEliminarPor otro lado (y ¡perdón! siempre termino asociando a lo loco) me acordé mucho de la canción "Penélope". Y con ello, de la Penélope mitológica y porqué no, también, de la Ariadna abandonada por Teseo que se queda en la orilla esperando, llena de tristeza y de soledad. Esperando, esperando, hasta que Baco la rapta.
Saludos!
"Inmóvil, todo a su alrededor trascurría como en una filmación de lapso de tiempo."
ResponderEliminarLa imagen de la abstracción y el detenimiento, el sentimiento de la nada y la quietud resultante, y desde la quietud vuelve a empezar... Un loop de auto anulación.
Me gustó, y no pude evitar meter un bocado. Saludos!